3.9.09

What are you looking at?

San Francisco es un gigantesco mejunje de culturas. O mejor dicho, una enorme ensalada de ingredientes exóticos y heterogéneos, con sus partes bien definidas y delimitadas.

Pasear por sus calles es asistir a una inclasificable función teatral, una improvisación perfectamente aleatoria escondida en cada paso. Las partidas de ajedrez en plena calle, los hombres porta-mensajes que caminan puntuales por Market St y que me recuerdan a aquellos pobres desesperados que aparecían en las fotos que ilustraban la Gran Depresión estadounidense, el grupo de hippies en Haight Ashbury que yacen sentados alrededor de la guitarra frenética y la voz espesa, tan americana, de un cantante que no tiene nada que perder, el joven que viaja en bus por Castro con su peluca naranja, sus gafas de sol amarillas, su camisa blanca tildada con una corbata roja y su pantalón azul eléctrico, el viejo negro sentado en el suelo que no puedes dejar de mirar hipnotizado y que te contesta con un rasposo "What are you looking at?".

San Francisco tiene un extraño encanto. Me abrazó haciéndome suya desde el primer día, me mira sincera a los ojos desde el primer momento. Asisto al devenir de los acontecimientos de su día a día con la sensación de que estoy reviviendo un viejo y cálido recuerdo. Es como si me susurrase al oído continuamente "estás viviendo algo que pronto dejará de existir". Una extraña melancolía en el presente. Quizá es que es mi primer gran viaje fuera de España y aún no me he recuperado del shock. Supongo que necesito material de otra nacionalidad para comparar.

¿Cuántas sorpresas siguen escondidas en las calles de esta impredecible ciudad? ¿Cómo despertará mañana San Francisco? Sólo hay una manera de adivinarlo: me voy a la cama, nos vemos mañana.

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