28.8.09

Bienvenidos a San Francisco

La ciudad de Málaga pasa en un suspiro mientras encoge, torcida, hasta la nada. Entonces es cuando empiezo a preguntarme qué hago metido en un artefacto creado por otros seres humanos y que se dispone a cruzar unos 5000 kilómetros sobre un desierto de agua. San Francisco me espera.

Sobrevolando el océano Atlántico no dejo de pensar en lo insignificante que soy, en los cojones que tuvieron los exploradores hace cientos de años, en cómo sería una despresurización de la cabina a 11000 metros de altura. Volar hacia el oeste durante el día produce una sensación cada vez más desconcertante, estoy viviendo un mediodía continuo, es como si el sol fuera más lento, como si el tiempo se estuviera frenando. Mi organismo empieza a preguntarse qué está pasando aquí.

Primera escala, Nueva York. En la aduana me encuentro con los famosos controles de seguridad de Estados Unidos. Un muchacho rutinario me pide en un español forzado que coloque los dedos, que mire a la cámara, bienvenido. A su lado veo a un anciano, de no menos de 70 años, mojándose los dedos con la lengua y pasando unas hojitas lentamente. Pienso en Michael Moore, en Sicko, en los ancianos que tienen que trabajar hasta la muerte para costearse los medicamentos.

El viaje continúa hasta la otra punta del país. El sol baña las nubes en un crepúsculo eterno. El horizonte está más combado que de costumbre, no me había dado cuenta hasta ahora. Miro hacia arriba por la ventanilla para ver si el cielo es más negro que azul, pero no, sólo un poquito, quizá. Abajo está el cañón del Colorado, que pasa lentamente bajo el zumbido desquiciante del Boeing 737.

Una vez en tierra, a 9000 kilómetros de distancia de mi casa, todo es más surrealista. Son las 10 de la noche de un domingo de agosto en una ciudad del Pacífico y parecen las 5 de la mañana de una ciudad del Mediterráneo. Camino hipnotizado por las calles, me froto los ojos, aún tengo que asimilar que todo es real, estoy en una ciudad que he visto millones de veces en la tele, en el cine, el Golden Gate, tranvías, La Roca, Harry Callahan, coches saltando, Hitchcock y su cámara vertiginosa, los terremotos, fuck. Ya estoy aquí.

Bienvenidos a San Francisco.