16.9.06

María

María trabajaba como becaria en cierta empresa de productos electrónicos. Su labor, lejos de inspirarle deseos de evolucionar profesionalmente, la abocó a una rutina cada vez más tediosa y exasperante. Las horas se le hacían eternas sentada en aquella silla de oficina, frente a la fría pantalla de su ordenador.

Un buen día, al llegar a casa del trabajo, encendió la televisión. Un anuncio de publicidad llamó poderosamente su atención. Se trataba de un medicamento que aceleraba la percepción del tiempo. "Ahora mis horas de trabajo pasan ante mí en un abrir y cerrar de ojos" aseguraba a cámara una mujer con una brillante y publicitaria sonrisa.

¿Sería ése el anhelado fin de su sopor laboral? ¿Habría encontrado su perfecto aliado en las interminables horas de trabajo? María no quiso pensárselo dos veces. Rauda y veloz acudió a la farmacia más cercana a comprar el medicamento. Al día siguiente, cuando llegó a su lugar de trabajo, su cara no reflejaba el hastío de todas las mañanas. ¡Buenos días! gritaba a todos sus compañeros con una sonrisa que rezumaba alegría. Tal y como recomendaba el prospecto del medicamento, se tomó un comprimido justo antes de comenzar a trabajar. A los pocos minutos de comenzar a teclear en su ordenador, empezó a notar los efectos. Las horas le parecieron minutos, los minutos, segundos. "¡Esto funciona!", se decía María. Todos los días procedía religiosamente a tomarse su comprimido antes de trabajar. En efecto, aquel milagro de la química se había convertido en su mejor compañero de trabajo.

Su deseo de acelerar el paso del tiempo fue acrecentándose cada vez más. Quería convertir las horas en segundos. Comenzó entonces a tomarse dos comprimidos cada día. Su percepción del tiempo se aceleró a la par. "Esto es un chollo", pensaba. "Llego a mi casa y apenas noto los efectos del estrés, y cuantos más comprimidos tomo más rápido se me pasa el tiempo". Su deseo se convirtió así en una obsesión. Probó a tomarse tres comprimidos al día, después cuatro, cinco, seis... Los efectos eran imposibles de predecir. A veces aparecía levantándose de su cama en la madrugada del día siguiente. O incluso de repente se encontraba en mitad de una discoteca a las 3 de la madrugada del sábado siguiente, en mitad de un tumulto de personas que no paraban de bailar. Lo primero que le venía a la cabeza no era un lógico "¿qué hago yo aquí?", sino un enfermizo "necesito más pastillas". Y las consumía desaforadamente, una y otra vez. Aquel medicamento se convirtió en una peligrosa droga que sumió a María en un círculo vicioso del que le sería imposible escapar.

María llegó a tomarse tal sobredosis de pastillas de acelerar el tiempo que acabó sorprendiéndose a sí misma dentro de un cuerpo anciano y maltratado por incontables años. Se encontraba postrada en una cama de no sabía cuál hospital, en un lamentable y terminal estado.

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