24.10.07

Nietzscheada con frambuesa

Era temprano. M. se acababa de levantar, como cada mañana, para ir a trabajar. Cuando de repente sonó el teléfono. Pueriles pensamientos invadieron súbitamente su cabeza: "¿Día libre, quizá?". Descolgó el teléfono, y extrañado, preguntó:

-¿Dígame?
-¿M?- Preguntó una extraña y
quejumbrosa voz.
-Sí, soy yo. ¿Quién es?
-Buenos días, soy Nietzsche.
-¿Nietzsche? ¿El filósofo?- Preguntó M.
-Sí.
-¿Y qué quiere de mí? ¿Quién le ha dado mi número?
-No hay tiempo para preguntas, M. Tengo algo importante que comunicarle: Dios ha muerto.
-¿Cómo?
-Sí, M. Dios ha muerto.
-¿Pero qué dice? Mire, no tengo tiempo para bromas. Tengo un jefe al que satisfacer con mis halagos. Lo siento.
-¡Espere!- Gritó desesperada y apocalípticamente.- No es ninguna broma, se trata de un asunto muy serio.
-Bueno, bueno.
-No hay tiempo que perder, M., debo presentarme inmediatamente en su lugar de residencia.
-¿Pero tú sabes dónde vivo yo?
-Amigo, soy Nietzsche.
-Ah, si es así... De todas formas eso no sé si me tranquiliza.

El teléfono colgó como el sonido de un trueno. Nietzsche... el no saber si todas las neuronas de su cerebro habían despertado convenientemente le hacía pensar a M. que podría estar siendo víctima de alguna estúpida pesadilla.

El caso es que, con una increíble y germana destreza, la figura de lo que parecía ser un superhombre penetró por la ventana de la casa de M., en un espectacular estallido de cristales, cortinas, y todo lo que encontró a su paso. Estupefacto, y después de espetarle al aire un necesario "¿pero qué coño...?" M. se aventuró a intentar reconocer quién era el tipo que había entrado de esa manera tan poco ortodoxa en su preciosa residencia de soltero.

Sin lugar a dudas, un inconfundible mostacho despejó cualquier posibilidad de duda sobre la identidad del inquietante tipo.

-Esto... ¿eres tú, Nietzsche? - Preguntó M.
-Efectivamente, M.
-¿Sabe usted que existe una cosa llamada puerta?
-¿Es que no sabe usted que soy filósofo? No discuta mis métodos.
-De acuerdo.
-Bueno, M., vayamos al grano. Es estrictamente necesaria su colaboración en este terrible asunto.
-¿Qué...? ¿Pero qué pinto yo en esto?
-M., Dios ha muerto. El futuro de toda creencia religiosa está en grave peligro. La humanidad cabalga a lomos del caballo desquiciado de la locura hacia el más funesto de los destinos.
-Pero vamos a ver. Es que hay algo que no me encaja. ¿Usted no era nihilista?

De repente, en ese momento, Nietzsche emitió un grito ahogado.

-No… no quería decir eso… ¿Le pasa algo? ¿Ha desayunado esta mañana? -Preguntó M. con un creciente temor.
-Aaarraarggggg

Tras este temible grito, el mostacho de Nietzsche se fue poblando cada vez más y su cabeza y cuerpo se convirtieron en lo que parecía ser el mango de un escobón. M., despavorido, quería huir ante aquella espantosa escena. Intentaba correr, lo hacía con todas sus fuerzas, pero parecía que tenía los pies atados. Esto disparó en él la posibilidad de que estuviera envuelto en una pesadilla (lo de Nietzsche y el escobón lo consideró algo relativamente normal, no es la primera vez que un filósofo se convierte en un utensilio de limpieza del hogar).

Efectivamente, M. despertó. La imagen onírica de su inútil intento de correr ya sólo reverberaba en su mente como algo que tenía que olvidar para siempre, así que respiró tranquilo. Pero, al intentar levantarse, no tardó en reparar en que algo fallaba. Cuando se retiró las sábanas, observó que su cuerpo se había convertido horriblemente en el peludo y rechoncho cuerpo de un hámster, y que cuando intentó articular cualquier palabra, tan sólo podía decir una: "urifriski".

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