-El pasado domingo tuvo lugar el espectáculo cinematográfico anual por excelencia: los Oscars. Un derroche de frivolidad (la palabra que tan certeramente usó Campanella para definirlo) y de glamour inalcanzable, para unos premios tan odiados como necesarios para abrir unas cuantas puertas a unos pocos elegidos o para añadir un par de ceros más al caché de alguna estrella del celuloide, o del CCD, o del megapíxel. La gala tuvo como presentadores a Steve Martin y a Alec Baldwin (este último tenía toda la cara de haber salido de una película de los años 50). Desde luego que eché de menos la chispa de Hugh Jackman y sus hilarantes números musicales del año pasado, en los que él mismo no podía aguantarse la risa mientras cantaba porque era para descojonarse. La realización fue en algunos momentos mediocre, el ritmo de otras ediciones este año aplastado por los michelines de Mo’nique. Por lo demás, las mismas injusticias, los mismos ajustes de cuenta tardíos y las mismas preguntas de siempre, tan absurdas como fuera de lugar, como si los premios de la Academia hubieran demostrado desde siempre tener un gusto exquisito. Un dechado de justicia cinematográfica. Claro, hombre. Quién si no podría haber salvado la noche que Sandra Bullock levantando el Oscar con el Razzie en el sobaco, pero no, eso no pasó.
-Ya tenemos entre nosotros el tráiler del reportaje de la recreación histórica que se realizó con motivo del bicentenario de la Guerra de la Independencia en Málaga y en la que tuve el placer de participar como cámara en la medida que me fue posible. Quizá “tráiler” sea una palabra demasiado pretenciosa, así que vamos a dejarlo en “avance”. Toma avance:
-Y por supuesto, no puede faltar la racioncita de autobombo. Esta vez, una interpretación posmoderna de un clásico infantil, “D’Artacan y los tres mosqueperros”, remezclada con el aire rancio del breakbeat más caótico, descoordinado y abrasivo del cambio de siglo:
Oscars, guerras, perros
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Werner Herzog, el cineasta extremo

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Etiquetas: Cosas de cine
De vídeos
José A. Pérez, autor de Mi mesa cojea, uno de los blogs más brillantes y corrosivos que hay en Internet (dos ingredientes para que esté entre mis favoritos) ha escrito y dirigido el episodio piloto de la serie Ciudad K, una ciudad en la que, según sus propias palabras, "todos sus habitantes tienen un nivel cultural tan alto, que se crean situaciones surrealistas en cualquier momento". Algunos pensaban que el peculiar sentido del humor del bilbaíno no tenía la misma gracia al trasvasarlo al audiovisual. El principal dato que sustenta esta opinión es que fue guionista de El Hormiguero, programa que a muchos les entretiene enormemente y a unos pocos les produce la misma sensación que meter la cabeza en una jaula llena de ratas sin posibilidad de escapatoria. Pero esto es diferente. Se nota que los de Televisión Española le han dado carta blanca para hacer lo que le dé la gana. El episodio 0 con el que comienza contiene los típicos momentazos absurdos tan característicos en su blog en formato sketch. No la pierdan de vista, seguro que dará que hablar en los próximos meses. Pinchen aquí y juzguen vosotros mismos.
Publicado por Pedro Terrero a las 23:32 1 comentarios
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Miscelánea con frambuesa
-Me sorprendió muy gratamente Celda 211, pero más me sorprendió en la pasada gala de los Goya la reacción hiperteatralizada de Daniel Monzón cuando dijeron su nombre como mejor director. ¡Como si se le hubiera pasado por la cabeza que no iba a ganar! Otro ejemplo de que la modestia es un arte muy difícil de dominar.
Publicado por Pedro Terrero a las 01:02 0 comentarios
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"Once", lo pedante y algo más
Con el tiempo tan apacible que hace este fin de semana (este invierno Málaga parece una película húngara pedantosa, sólo falta que la imagen se desature hasta el blanco y negro y que los merdellones empiecen a hablar en alguna lengua de la Europa del este) he aprovechado para descubrir o redescubrir algunas películas que tenía pendientes.
¿Qué podemos hacer con una Sony HVR-Z1, 200 mil euros de presupuesto y dos individuos en la gris y tristona Dublín? John Carney se lo preguntó en 2006 y la respuesta que se le ocurrió fue Once, una pequeña joya que mezcla el amor con música indie con una sutilidad y sinceridad que ya quisieran otros con 40 veces más presupuesto.
No concibo esta maravilla rodada de otra manera. Puede que este sea de esos casos en los que la forma justifica el fondo y viceversa. Una simbiosis de reciprocidad perfecta: la imagen pastosa del digital, el feísmo involuntario de los desenfoques rojizo-verdosos, la cámara en mano que recuerda a Winterbottom. Todo esto se amolda perfectamente a una historia sencilla, sobria y directa, aderezada con los acordes de la guitarra de Glen Hansard, Óscar incluido por la maravillosa canción "Falling Slowly". ¿Se puede pedir más?


Publicado por Pedro Terrero a las 18:52 0 comentarios
Etiquetas: Cosas de cine, Críticas